viernes, 21 de octubre de 2016

EL INAGOTABLE ESTRIBILLO DE LOS CHICOS DE LA PLAYA


El año 1970 apareció oficialmente el último disco de The Beatles. En realidad, era un refrito del 68-69 que debió llamarse Get Back. Había surgido de la faraónica y algo coñazo visión de Paul McCartne y debía suponer una supuesta vuelta a lo básico. No parece que cumpliera lo que lo que prometía. Lo que nos importa es que ese mismo año apareció una obra de menor repercusión para el público, especialmente el estadounidense. Sin embargo, la crítica, o al menos una parte de ella, sí que se dio cuenta de que aquel disco presentaba a una banda en un momento de absoluta gracia. Se trata de Sunflower, de The Beach Boys. Y era mejor que el último trabajo de los en realidad disueltos fab four. Tal cual lo leen.

Todo ocurrió después de la perfección casi marciana de Pet Sounds, de los delirios provocados por la grabación del Smile -¿se volvió loco Brian Wilson porque sabía que no iba a estar a la altura de Pet Sounds?- o de mediocres discos como Friends, Wild Honey y 20/20, concebidos para rentabilizar aquellas horas de grabación gastadas en Smile. Probablemente los chicos de la playa se hallasen algo perdidos, al no encontrar nadie que se pusiera al volante de la banda. A marchas forzadas, Carl, Dennis, Al, Mike y Bruce Johnson, que suplía a Brian en directo, aprendían a hacer lo que su compañero más brillante llevaba haciendo años. Sorpresa: aprendieron muy bien.

Todas las horas en el estudio de Pet Sounds, soportando las interminables tomas a las que les obligaba el semisordo de Brian Wilson –como para hablarle del 5.1…-, no fueron en vano: produjo una influencia en todos los miembros del grupo que sería digna de estudiar por los mediums que anestesian las madrugadas de la tdt. De esta forma, la banda completó lo que el mayor de los Wilson no estaba en condiciones de realizar. Ni siquiera cantó en solitario sus temas principales. Aportó en mayor o menor medida su talento en la composición de más de la mitad de las canciones, pero los demás miembros del grupo no se quedaron atrás. Era un hecho: todos se habían hecho mayores.
Sunflower es un disco brillante, plagado de grandes estribillos, intensidad y lirismo. No es meloso, pues cada elemento se encuentra en su justa medida. El sonido es perfecto. Como siempre, destacan las magnificas voces, marca inequívoca de la casa: podrían identificarse en mitad de un bombardeo, incluso mientras suena a la vez un disco de Napalm Death. Ah, y las canciones… Escuchadlas quienes no las conozcáis, porque el primer beso no se puede repetir, pero tampoco olvidar. Y el que ya las haya escuchado sabrá de qué estamos hablando. ¿Qué más se puede pedir al pop? ¿Acaso hay que pedirle algo más?

Durante los tiempos de Pet Sounds, se dice que hubo una cierta controversia ante la deriva que tomaba el grupo, quizá del tipo qué clase de mierda te estas metiendo Brian. Pero en Sunflower queda claro que era una apuesta compartida por todos. No les hacía falta volver a los orígenes, porque nunca se fueron. Aun sólo siendo “sólo” un proyecto de buenas canciones, sin mayores pretensiones, funciona a la perfección. Casi tanto como Pet Sounds. Por eso, los discos de The Beach Boys, a diferencia de los de otros colegas de la época, no han envejecido. Nos siguen hablando de lo que conocemos, en un lenguaje que no es ajeno a nosotros. Podemos seguir tarareando sus estribillos eternamente, esperando que, una vez más, el verano regrese, con la esperanza de que -esta vez sí- nunca se vaya.